lunes, 1 de junio de 2009

LAS MADRES...

Existen varios tipos de amor. Está el enamoramiento, que permanece estable según lo alimenten, y si no puede generar complicaciones de todo tipo. Luego está el amor conyugal, menos bioquímico y arrebatador, más pensado y razonable. Y está el amor maternal, el cual debemos reconocer que se expresa de una manera especial y única.

El amor de madre es distinto a los otros amores. No conoce la traición y jamás lastima intencionalmente. El compromiso maternal no requiere de juramentos ni ceremonias. No es una obligación que surge del deber, sino que llega con el alumbramiento. Cada niño trae incorporado un lazo indestructible con la mujer que lo cargó durante nueve meses. ¿Que puede haber más íntimo?

El amor de madre es universal e inalterable. No existe relativismo cultural al respeto. Puede que haya alguna diferencia en la forma, pero la esencia se mantiene. La mamá indígena, la que trabaja, la de Alaska y Ushuaia, la negra, la blanca y la amarilla, la vieja y la joven, la que pone el hombro y la cara, las “madres” de Mayo” y las de todo el año, todas sin excepción, comparten el mismo código. Más allá del tiempo y de la distancia geográfica, ellas disfrutan y sufren el amor de igual manera. El amor de madre posee la facultad de multiplicarse sin perder fuerza. No baja con el número de hijos, sube, crece, se desparrama y se riega en cada uno de los vástagos. No hay exclusividad afectiva, porque el sentimiento es comunitario. Y aunque a cada hijo se le quiere de una manera singular, la cantidad siempre está repartida. Hay suficiente para todos.

El amor de madre no se agota. Puede que se canse de lidiar con la prepotencia infantil, pero el afecto no decae. El sentimiento parece interminable. Pensemos en la anciana octogenaria que recibe al hijo cincuentón con el “juguito” y los mismos cuidados de antaño, como si el tiempo se hubiera detenido, y en realidad lo que ha permanecido constante es el cariño. Las mamás envejecen pero su ternura no. Es apenas entendible que algunas nueras muestren resquemores (y quizás envidia): la suegra es competencia seria. El amor de madre no mide consecuencias. Es incondicional por definición y no espera retribuciones. Las mamás son dadoras de vocación y no por convicción. Darían la vida sin pestañear, y prefieren el dolor propio al de los hijos. No importan que sean desagradecidos o egoístas, ellas se entregan sin condiciones. Un dicho napolitano reza: “Una madre le sirve a cien hijos, cien hijos no le sirven a una madre”. El verdadero amor de madre nunca deserta; por el contrario, el hijo ingrato, el necesitado, el preocupado, el enfermo, es al que más se atiende.¡Y ay de quien toque a alguno!

El amor de madre esta diseñado para que la vida perdure. Somos la especie que más cuidados necesita para sobrevivir y que más demora en volverse autosuficiente (unos veinticinco años). Se necesita un vínculo adulto que fuera resistente al transcurso del tiempo, a la frustración, al rechazo, a la envidia, y a cualquier otro pecado capital. Era fundamental que alguien tuviera las agallas de prodigar asistencia sin melindres ni aspavientos y que, además, fuera capaz de hacerlo dignamente. Por eso Dios coloco la madre. Y si alguna falla, no hay de que preocuparse, hay muchas dispuesta a regalar amor.

….Y cuando tu madre envejeciere, no la menosprecies…. (Proverbios 23:22)

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